En un país que se ha hecho famoso por su vino y sus playas, mucha gente se sorprende al saber que España es también uno de los principales centros de prostitución del mundo. Es legal pero no está muy regulado y es difícil conseguir estadísticas precisas. Pero una cosa está clara: las mujeres que trabajan como prostitutas no sólo son explotadas sino, en algunos casos, incluso víctimas de violencia y violación. La filial española de la organización humanitaria Médecins du Monde (Médicos del Mundo) calcula que en España hay unas 350.000 mujeres prostituidas y que el 80% de ellas son extranjeras sin papeles. En la edición de Madrid de uno de los principales periódicos de España, el 75 o el 80 por ciento de los pequeños anuncios de la sección de clasificados son para prostitutas.

La prostitución es un tema controvertido en muchos países, pero en algunos está más aceptada socialmente que en otros. Esto es cierto en España, donde un estudio reciente informó que el 39 por ciento de los hombres habían utilizado los servicios de una prostituta en algún momento de sus vidas. Eso es mucho más alto que el 14 por ciento en Holanda, de mentalidad liberal, o el 5 a 10 por ciento en Gran Bretaña.

Las raíces de esta aceptación de las prostitutas en España se encuentran en la represión sexual y personal de los años de Franco, pero también es un reflejo de la revolución sexual en Europa. Es un fenómeno que continúa hoy en forma de una economía subterránea esotérica y altamente comercial que existe al margen de la ley, en burdeles, apartamentos privados o en Internet.

Hasta 2003, la prostitución no Escorts y putas en España estaba considerada un delito en España. Pero incluso después de ese cambio en el Código Penal, el país no estableció ninguna regulación específica para el trabajo sexual. El tema nunca ha sido una prioridad para los grupos del movimiento de mujeres o para el gobierno nacional.

En su mayor parte, las trabajadoras sexuales en España son mujeres de origen humilde que se prostituyen por necesidad para mantenerse a sí mismas y a sus familias. A menudo viven en la pobreza y enfrentan discriminación, pero disfrutan de su trabajo. Algunos de ellos pueden rechazar a los clientes que no cumplen con sus estándares y otros pueden ganarse la vida bien con ello.

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